José de Echegaray
(Madrid,1832 – 1916)
Ingeniero,
político, matemático, profesor, dramaturgo y poeta. En 1904 obtuvo el Premio
Nobel de Literatura.
Entre sus
obras, “La esposa del vengado”, “Para tal culpa tal pena”, “Morir por no
despertar”, “Bodas trágicas” y “La muerte en los labios”.
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Los
tres encuentros
Primer encuentro.
Un niño de tersa frente
y la muerte carcomida,
en la senda de la vida
y en el borde de una fuente,
por su bien o por su mal
una mañana se hallaron
y sedientos se inclinaron
sobre el líquido cristal.
Se inclinaron, y en la esfera
cristalina viose al punto
de un niño el rostro muy junto
a una seca calavera.
La muerte dijo: “¡Qué hermoso!”
-“¡Qué
horrible!” –el niño pensó;
bebió aprisa y se escapó
por el bosque presuroso.
Segundo encuentro.
Pasó el tiempo y cierto día,
ya el sol en toda su altura,
en la misma fuente pura
bebieron en compañía,
por su bien o por su daño
La Muerte y un hombre fuerte;
la de siempre era la muerte;
el hombre el niño de antaño.
Como vióse de los dos
La imagen en el cristal
con la luz matutinal
que manda a los mundos Dios,
la del hombre, áspera tez
y la imagen hosca y fiera
de su helada compañera
se pintaron esta vez.
Bajo el agua limpia y fría
sus reflejos observaron;
como entonces se miraron
se miraron todavía.
Ella dijo no sé
qué
señalando hacia
el espejo.
Él murmuró:
“¡Pobre viejo!”,
bebió despacio y se fue.
Tercer encuentro.
Cae la tarde; el sol anega
en pardas nubes su luz;
envuelta en negro capuz
medrosa la noche llega.
Dos sombras van a la fuente,
las dos beben a porfía
y aún no sacia el agua fría
sed atrasada y ardiente.
Se miran y no se ven;
pero pronto por fortuna
subirá al cielo la luna
y podrán mirarse bien.
Al fin su luz transparente
el espacio iluminó,
y en espejo convirtió
los cristales de la fuente.
Y eran las dos sombras ideales,
bajo el agua sumergidas,
de tal modo parecidas,
que al partir las sombras
reales
de sus destinos en pos,
o por darse mala maña,
o por confusión extraña,
cada sombra de las dos
tomó en el líquido espejo
lo primero que encontróse,
y, sin notarlo, llevose
de la otra sombra el reflejo.
José de
Echegaray