Cien años de
soledad
Peligroso es observar la belleza de las mujeres
El caso de
Remedios ‘la bella’ (personaje de G.G. Márquez en ‘Cien años de soledad) es
ejemplarizante:
Bisnieta de
Úrsula la cofundadora de Macondo, es famosa en todo el contorno por su belleza
deslumbrante, de modo que de todas partes, aún los más descreídos acudían a
misa los domingos para verla. “Hombres expertos en trastornos de amor, probados
en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a
la que producía el olor natural de Remedios la bella”.
Andaba totalmente
desnuda por la casa pues ella entendía “que era la única forma decente de estar
por casa”. “No entendía por qué las mujeres se complicaban la vida con corpiños
y pollerines, de modo que se cosió un balandrán de cañamazo que sencillamente
se metía por la cabeza y resolvía sin más trámites el problema del vestir”
Ella era
inocente, no se proponía este poder seductor que ejercía en los hombres, Sin
embargo ocasionaba estragos en aquellos que se obsesionaban e insistían en la
contemplación de su belleza. Este poder seductor llevaba parejo la muerte y
hasta cuatro pretendientes aparecieron
muertos, víctimas de inverosímiles desgracias misteriosas. Esto le ocurrió a la
última de sus víctimas:
“..y se
encerraba hasta dos horas desnuda en el baño, matando alacranes…Un día, cuando
empezaba a bañarse, un hombre levantó una teja del techo y se quedó sin aliento
ante el tremendo espectáculo de su desnudez. Ella vio los ojos desolados a
través de las tejas rotas y no tuvo una reacción de vergüenza, sino de alarma.
-Cuidado
–exclamó-. Se va a caer.
-Nada más
quería verla –murmuró el forastero-
-Ah, bueno
–dijo ella-. Pero tenga cuidado que esas tejas están podridas.
(…)
“Las tejas
podridas se despedazaron en un estrépito de desastre. Y el hombre apenas
alcanzó a lanzar un grito de terror, y se rompió el craneo y murió sin agonía
en el piso de cemento.”
Remedios era
ingenua e inocente, quizá por eso le ocurrió, acaso como premio, lo que siguiente:
Asunción de
remedios
“Acabó de
decirlo cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las
sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un
temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la
sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a
elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para
identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a
merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano
entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que
abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con
ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde y se perdieron
con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más
altos pájaros de la memoria.”
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