Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970)
Dramaturgo, escritor y poeta.
Es considerado como uno de los más grandes escritores japoneses de la posguerra.
Su escritura es una denuncia y una rebelión contra la decadencia espiritual en
que ve sumida la sociedad en la que vive. Homosexual, de ideas conservadoras y,
fascinado desde joven por la idea de la muerte, se suicidó por medio del
harakiri.
Entre sus obras, “Confesiones
de una máscara”, la tetralogía “El mar de la fertilidad”, “Después del
banquete” y “La escuela de la carne.”
Morir
Morir
en el viento
del suicida.
Morir combatiendo
la única muerte
de un guerrero.
Morir
por el filo del sable
de muerte ritual.
Morir
sabiendo que morir
no es más que mejorar
el instante último.
Morir de olvido
como morimos todos
finalmente, a los pies
de un tiempo criminal.
Morir de rosas
de crisantemos
de flores de ciruelo
atravesadas por un grito.
Morir del otro lado
del mundo
donde haya un guerrero
bajo el sol.
Morir imperial
Sin pedir perdón
Enfrentando al enemigo
y siendo muerto por él.
Morir
caudillo del cielo
solitario jefe
de un idioma.
Morir
con el sol en la frente
como mueren los nuestros.
Morir
de rodillas al sable
al símbolo divino
de los tiempos.
Morir
de caballos desbocados
de ideogramas en la frente
de seppuku, al amanecer.
Morir
del otro lado
de las cosas.
Morir con honor
por el acero entrañable
decapitado por el camarada
más querido.
Morir de mar
de isla
de corceles antiguos
de estampido
Morir
de sangre nueva
junto al escudo medieval
de los guerreros.
Morir
y olvidarse de un mundo
sin honor.
Morir incomunicado
aislado por el ruido
que el enemigo tajo
para ayudarnos
a morir.
Morir con honor
como un samurái
como un poeta.
Yukio Mishima
Ícaro
¿Pertenezco yo, entonces, a los
cielos?
¿Por qué, sino, deberían los
cielos
fijarme con esta incesante
mirada azul,
tentándonos, a mí a mi mente,
más alto
aún más alto, arriba de los
cielos,
atrayéndome incesantemente
hacia arriba
a lo alto lejos, lejos, lejos
de lo humano?
¿Por qué, si el equilibrio ha
sido
estrictamente estudiado
y el vuelo calculado con lo
mejor de la razón
hasta que ningún elemento aberrante
debiera por derecho permanecer?
¿Por qué, aún, debiera la
lujuria de la ascensión
parecer, en sí misma, cercana
ala locura?
Nada hay que pueda satisfaceme;
las novedades terrenas se
opacan demasiado rápido.
Me veo llevando más y más alto,
más inestable,
más y más cerca de la
refulgencia del sol.
¿Por qué me queman, estos rayos
de razón,
por qué estos rayos de razón me
destruyen?
Los pueblos allá abajo y lo
serpenteantes arroyos
se tornan tolerables mientras
nuestra distancia crece.
¿Por qué alegan, aprueban, y me
tientan
con la promesa de que puedo
amar lo humano
si sólo se ve, esto, de lejos,
aunque la meta nunca podría ser
el amor,
ni, si lo hubiese sido, podría
yo nunca
haber pertenecido a los cielos?
No he envidiado a los pájaros
su libertad
ni he sentido nostalgia por la paz de la Naturaleza,
impulsado por nada salvo este
ansia extraña
de lo más elevado, y lo más
cercano, para sugerirme
en el azul profundo del cielo,
tan contrario
a todas las dichas orgánicas,
tan lejano
de los placeres de la
superioridad
pero más alto, más alto,
deslumbrado, quizá, por la
mareada incandescencia
de las alas enceradas.
¿O acaso entonces
pertenezco, después de todo, a
la tierra?
¿Por qué, sino, debería la
tierra
mostrar tal ligereza para circundar
mi caída?
Sin ofrecer ningún espacio para
pensar o sentir,
por qué entonces la blanda,
indolente tierra
me recibió con el impacto de su
plato de acero?
¿Acaso la blanda tierra se
volvió acero
sólo para mostrarme mi propia
blandura;
que la Naturaleza trajera el
hogar a mí;
que caer, no volar, está en el
orden de las cosas,
más natural por lejos que
aquella imponderable pasión?
¿Es el azul del cielo,
entonces, un sueño?
¿Fue diseñado por la tierra, a
la que yo pertenecía,
en relación a la fugaz,
blanco-quemante intoxicación
conseguida por un momento por
las alas enceradas?
¿Y favorecieron los cielos el
plan para castigarme?
Para castigarme por no creer en
mí mismo
o por creer demasiado;
demasiado anhelante de saber
dónde residía mi lealtad
o vanamente asumiendo que ya lo
sabía todo
por querer partir volando a lo
desconocido o a lo conocido:
¿Ambos el mismo azul pedacito
de una idea?
Yukio Mishima
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