miércoles, 23 de mayo de 2018


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Encarnación Ferré (Monzón. Huesca, 1944)


Maestra, Licenciada en Filosofía y Letras, Doctora en Psicología, Master en Medicina Naturista, escritora y poetisa.

Entre sus obras, “Hierro en Barras”, “Memorias de una loca”, “Hijos de la arena” y “Cartas del desamor.”

Entre sus premios, el Primer Premio de Teatro del Ministerio de 
Educación y Ciencia y el Premio Internacional Goralski, Canadá.

De una madre que acaba de tener un hijo

¡Oh Dios de amor y Dios naturaleza!
¡Oh Dios justísimo pero nunca cruel!
Inmenso como el mar para los hombres.
¡Oh miel, almíbar y consuelo!
¡Oh magnánimo dueño de seres y de coas!

En tu ara y tu mano sacrosanta
deposito este fruto de mis días.
A tu rincón calmado hago llegar
como paloma nueva
el diminuto ser que habitó mis entrañas.

Tan frágil como soy
y tan absurdamente como tiende a engreírse el humano,
preciso comprender
que ni el hijo ni yo seríamos nacidos
si no lo hubieses Tú dispuesto en un principio.
Que he sido el instrumento
para hacer florecer tan dulce esqueje de mi arisco rosal
y que, siendo herramienta
del genial artesano que tu eres,
por el engreimiento no me deje morder.

La vida de mi hijo es sólo tuya
y en tus manos la dejo para siempre.
Pero, pues que soy madre
y a las madres nos diste tan fuertes sentimientos,
déjame suplicarte que lo incluyas entre tus elegidos.

Ahuyenta los abrojos del sendero que tendrá que pisar.
Que no le venza el mal ni triunfen sobre é sus enemigos.
Dale recto juicio y caridad y fe
y una fuerte esperanza en el mundo invisible y venidero.
Pero en éste en que viva sus materiales días,
protégelo constante y complaciente.
Te lo ruego con fuerza. Te lo encomiendo eterno.

Y a mí ilumíname para que acierte a amarlo y guardarlo
igual que hizo tu Madre
cuando naciste Niño por nosotros. Amén.


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El pueblo vacío

Se quedó vacío el pueblo,
todos le han dado la espalda
y en las calles ya no hay niños
corriendo tras de las vacas.
¿Dónde están aquellas viejas
 que jugaban a las cartas,
cuando da el sol en la torre
a las puertas de sus casas?
Jamás olerán a pino,
a membrillo y a manzana,
ya  no se secan dormidas
sobre la hierba mojada.

Se quedó vacío el pueblo,
todos le han dado la espalda,
se han marchado a la ciudad,
también los pueblos fracasan.
El herrero se marchó,
con agua apagó la fragua;
yo sé que en su alma queda
un fuego que no se apaga.

Pero ¿qué mi importa a mí
que te borraran del mapa?
Tú siempre serás mi pueblo
y mi pueblo no fracasa
mientras yo guarde dormidos
los recuerdos de mi infancia.


Encarnación Farré

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