Capítulo 68
“Apenas él le
amalaba la noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en
salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar
las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que
envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se
espejunaban, se iban apoltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el
trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílolas de
carioconcia. Y sin embargo era sólo el principio, porque en un momento dado
ella se torgulaba los hurgálios, consintiendo que él aproximara suavemente sus
orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba,
los extrayustaba y paramovía, de pronto era el ciclón, la esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los
esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!
Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos.
Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un
profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles
que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.”
Es el capítulo
68 entero de una ‘antinovela’ de fama universal.
Es erótico, y está
escrito en ‘gíglico’, término inventado por el propio autor.
Es una especie
de lenguaje musical; prosa ‘jitanjafórica’ podríamos decir también.
Es el capítulo
68, pero podía ser el capítulo 3, el 17 ó
el 49, porque la novela se puede
leer en el orden que el lector prefiera
y el resultado es el mismo.
El título de la
obra tiene el nombre de un juego de niños: ‘Rayuela’.
Su autor es un famosísimo escritor argentino nacido en Bélgica: Julio Cortázar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario