miércoles, 16 de diciembre de 2020

Yolanda Bedregal de Cónitzer (La Paz, Bolivia, 1916 – 1999)

Miembro de la Academia Boliviana de la lengua y de la Academia Argentina de las Letras, Embajadora de Bolivia en España, profesora de Escultura y de Historia del Arte,, novelista y poeta.

Entre sus obras,  “Naufragio”,  “Bajo el oscuro sol”, “Ecos”, “Poemar”,  “Nadir”, “Del Mar y la Ceniza” y “El cántaro del angelito.”

Entre sus premios, el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag y La Gran Orden de la Educación Boliviana.

Tus manos

 

Canción de la esperanza

en el camino inútil

de mi vida, tus manos

cruzan como dos alas

cargadas de ternura.


Elegía humilde

 

Un auto ha arrollado a la vieja sirvienta

¡La pisó como una hoja!

Era una flor del campo, toronjil, yerbabuena.

 

En la casa hubo duelo

por su muerte de plata.

 

Esta mujer oscura de noble cepa aymara

endulzaba la vida de seres y de cosas.

 

Llena está nuestra infancia de su imagen

de Mamita Copacabana;

debajo de su manta de castilla

siempre traía la sorpresa

de frutas, empanadas o juguetes.

 

¡Ay dulce abuela nuestra

de las macetas y del canario!

 

Tendida en su mortaja,

con unción le besamos las santas manos toscas

quietas por fin del cotidiano afán.

Parecían avergonzadas del reposo;

dos angelitos blancos bajaron a cubrirlas.

 

Su nombre era Mama-Usta, y nada más.

Las hadas humildes sólo tienen un nombre

pero es varita mágica de gracia y bendición.

 

De la mano llevaba a mi padre a la misa;

la conocieron los abuelos y bisabuelos.

Era lazo entre el ahora y lo perdido.

 

Todo lo daba, todo, su bondad y su alegría,

el cobre de la dádiva, el óleo del consuelo.

 

Cual sombra milagrosa

colmaba de manjares la olla de cada día,

y con agua y con sol daba celajes

a los visillos y manteles.

Ella prendía el fuego del hogar.

 

Un auto la ha matado. ¡Ay, Dios mío!

Su frente estaba herida

y su cuerpo, nunca tocado,

salpicado de barro.

 

Cuando llegaba al cielo,

con un solo zapato, la falda desgarrada

un coro de jilgueros le cantaba aleluyas.

 

Con humilde inocencia, debió de imaginar

que era fiesta pascual para nosotros.

-¿Como para ella el aleluya?

¿Como para ella nuestro llanto?-

 

Sencilla y limpia entró en la gloria

cuidando todavía la canasta

para la cena de hoy.

 

Nuestra Mama Usta ha muerto.

 

¡Ay canario, ay macetas, patio y agua!

 

Rebelión

 

Miraba yo la pampa inmensa soñando con el mar.

Miraba yo la pampa tensa, tan alta, tan serena,

tocando con el cielo su frente de cristal;

un acorde de grises y violetas su manto,

que altura en la belleza!

que altura en la belleza!

que majestad estática en el día altiplánico!

 

De pronto un niño llora.

Entre la paja brava, con su ponchito viejo

llora un niño. Por que?

Quien sabe...

 

El indio aymará se lleva el grito en su raza,

y su clamor innato

desgarra la serena nobleza del paisaje.

 

Un niño, un llanto humano es una herida abierta

que ensangrienta este mundo.

Tiemblan y se estremecen los monolitos míticos:

se rompen y entreveran los caminos de paz.

Hay maldad en la tierra.

Arde lo que era de hielo.

 

Las palabras suaves se crispan en los puños

desafiando al relámpago.

Corro sobre la pampa desaforadamente;

me quema el corazón como una brasa.

Hay maldad en la tierra, hay injusticia.

 

Quizás mas lejos halle la bandera que busco.

Quiero la gleba abierta con sus labios de surcos

como un libro de música.

Quiero que se calme este llanto de niño

que es llanto del mundo.

Imágenes:https://www.google.com/

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