domingo, 5 de junio de 2022

Adolfo Cueto (Madrid, 1969)

Estudiante de Filología hispánica y derecho y poeta.

Entre sus obras,”Diario Mundo”, “Palabras subterráneas” y “Dragados y construcciones.”

Entre sus premios, el “Premio Emilio Alarcos de Poesía.”

Marina habla con árboles

Marina habla con árboles, entiende

su alta edad, el estremecimiento

del verano en sus hojas. Por su espina dorsal,

como a esa rama tierna, recién

brotada, asciende

este coro danzante, sonajero del viento

que le canta al oído.

 

La estoy viendo ofrecer su inocencia sin traba,

sonreír, explorar

un lenguaje preciso, de raíces

secretas, que no tiene alfabeto –y es ya esta palpitación

del mundo, respirándome a fondo–.

Pecho alado y en paz,

criatura tan dentro

como un cielo de agosto, hacia arriba, en lo alto,

donde canta la vida, donde la vida es

bella aún.

 

Marina habla con árboles

–me dices– aunque tenga 3 meses.

Aunque algunos no escuchen, porque sólo

sonríe, porque no sabe hablar.

Amantes

Porque late en sus venas la luz ruidosa del atardecer,

se han besado de nuevo. Dan

con la vista a otro sitio

que quizá no es de aquí, y unas ganas enormes

de gritar, de salirse otro poco

de este cuerpo pequeño, cuando los días arden

y es ya todo distinto, y es

sin embargo igual: son esas mismas

pensiones arañadas del deseo, de otro modo

dispuestas, de par en par

abiertas las ventanas a la vida, oigo tu voz

crepitada, de madera quemándose, un quejido

difuso de sirenas, que se encienden

por tu cintura arriba, respira la ciudad, qué extraño incendio

me tiene entre tus labios, aún murmuran

los bares despedidos, hay un aire

que pasa, un agua subterránea, un tigre oscuro

que ruge, que no cesa, alguien que busca

tu nombre nuevamente, dice el mío.

 

Y hay luego ese pasillo solitario del fondo

de tus ojos –y grifos que se abren, y nunca más

se cierran–, y es de noche.

 

(Ya les cubren urgentes, salitrosas

sábanas, donde cabe el infinito.)

Carretera de ida y vuelta

Tan sólo hay un camino hacia la madrugada,

y lo saben tus días, y lo asfaltan los años. Lo acantilan

las grietas del alcohol. Nos adentramos

allá, con paso firme, entre los últimos

desheredados del atardecer. La noche va poniendo

las cosas en su sitio: lame al débil, arropa al

despojado, te acaricia

con sus uñas de plata; ves su falsa peluca, sus

templos y sus dioses derrotados, a quien busca

en lavabos oscuros, a tientas, sobre un cristal

herido, la dosis de esperanza que le salve; a quien pesa

otros labios incendiados de deseo, de

llaga abierta; ves…

(Etcétera.) Son jirones

de carne, de tiempo: diversos

momentos, maneras, lugares, pero

un solo camino,

 

sí. Tan sólo hay un camino

hacia la madrugada. Y estás

de vuelta tú ahora, ahí –de vuelta otro poco–. Estás

sintiéndote quizá extraño,

sintiéndote quizá lejos,

cuando ir y volver son ya lo mismo, las mismas

palabras secas, cansadas (como esa

nicotina del insomne). Como estas

palabras sin sueño ya,

palabras solas, que hoy son

carretera de ida y vuelta.

Imágenes:https://www.blogger.com/

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