Adolfo Cueto (Madrid, 1969)
Estudiante de
Filología hispánica y derecho y poeta.
Entre sus
obras,”Diario Mundo”, “Palabras subterráneas” y “Dragados y construcciones.”
Entre sus
premios, el “Premio Emilio Alarcos de Poesía.”
Marina habla con árboles
Marina habla
con árboles, entiende
su alta edad,
el estremecimiento
del verano en
sus hojas. Por su espina dorsal,
como a esa rama
tierna, recién
brotada,
asciende
este coro danzante,
sonajero del viento
que le canta al
oído.
La estoy viendo
ofrecer su inocencia sin traba,
sonreír,
explorar
un lenguaje
preciso, de raíces
secretas, que
no tiene alfabeto –y es ya esta palpitación
del mundo,
respirándome a fondo–.
Pecho alado y
en paz,
criatura tan
dentro
como un cielo
de agosto, hacia arriba, en lo alto,
donde canta la
vida, donde la vida es
bella aún.
Marina habla
con árboles
–me dices–
aunque tenga 3 meses.
Aunque algunos
no escuchen, porque sólo
sonríe, porque no sabe hablar.
Amantes
Porque late en
sus venas la luz ruidosa del atardecer,
se han besado
de nuevo. Dan
con la vista a
otro sitio
que quizá no es
de aquí, y unas ganas enormes
de gritar, de
salirse otro poco
de este cuerpo
pequeño, cuando los días arden
y es ya todo
distinto, y es
sin embargo
igual: son esas mismas
pensiones
arañadas del deseo, de otro modo
dispuestas, de
par en par
abiertas las
ventanas a la vida, oigo tu voz
crepitada, de
madera quemándose, un quejido
difuso de
sirenas, que se encienden
por tu cintura
arriba, respira la ciudad, qué extraño incendio
me tiene entre
tus labios, aún murmuran
los bares
despedidos, hay un aire
que pasa, un
agua subterránea, un tigre oscuro
que ruge, que
no cesa, alguien que busca
tu nombre
nuevamente, dice el mío.
Y hay luego ese
pasillo solitario del fondo
de tus ojos –y
grifos que se abren, y nunca más
se cierran–, y
es de noche.
(Ya les cubren
urgentes, salitrosas
sábanas, donde
cabe el infinito.)
Carretera de ida y vuelta
Tan sólo hay un
camino hacia la madrugada,
y lo saben tus
días, y lo asfaltan los años. Lo acantilan
las grietas del
alcohol. Nos adentramos
allá, con paso
firme, entre los últimos
desheredados
del atardecer. La noche va poniendo
las cosas en su
sitio: lame al débil, arropa al
despojado, te
acaricia
con sus uñas de
plata; ves su falsa peluca, sus
templos y sus
dioses derrotados, a quien busca
en lavabos
oscuros, a tientas, sobre un cristal
herido, la
dosis de esperanza que le salve; a quien pesa
otros labios
incendiados de deseo, de
llaga abierta;
ves…
(Etcétera.) Son
jirones
de carne, de
tiempo: diversos
momentos,
maneras, lugares, pero
un solo camino,
sí. Tan sólo
hay un camino
hacia la
madrugada. Y estás
de vuelta tú
ahora, ahí –de vuelta otro poco–. Estás
sintiéndote
quizá extraño,
sintiéndote
quizá lejos,
cuando ir y
volver son ya lo mismo, las mismas
palabras secas,
cansadas (como esa
nicotina del
insomne). Como estas
palabras sin
sueño ya,
palabras solas,
que hoy son
carretera de ida y vuelta.
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