miércoles, 6 de noviembre de 2024

José Eusebio Caro (Ocaña, Colombia, 1817 – Santa Marta, 1853)

Estudiante de derecho, crítico literario, ensayista,  fundador y redactor de periódicos, fundador del Partido Conservador, político parlamentario, ministro y poeta lírico-romántico. Sus temas preferidos son la familia, el amor conyugal, la patria y el sentimiento religioso.

Condenado a prisión, se exilió a Nueva York. Vivió allí hasta su regreso a su patria donde murió de fiebre amarilla.

En boca del último inca

Ya de los blancos el cañón huyendo,

hoy a la falda del Pichincha vine,

como el sol vago, como el sol ardiente.

          como el sol libre.

 

¡Padre sol, oye!, por el polvo yace

de Manco el trono; profanadas gimen

tus santas aras: yo te ensalzo solo,

           solo, mas,  libre.

 

¡Padre sol, oye!, sobre mí la marca

de los esclavos señalar no quise

a las naciones; a matarme vengo,

           a morir libre.

 

Hoy podrás verme desde el mar lejano,

cuando comiences en ocaso a hundirte

sobre la cima del volcán tus himnos

          cantando libre.

 

Mañana solo, cuando ya de nuevo

por el oriente tu corona brille,

tu primer rayo dorará mi tumba,

          mi tumba libre.

 

Sobre ella el cóndor bajará del cielo.

Sobre ella el cóndor que en las cumbres vive

pondrá sus huevos y armará su nido,

           ignoto y libre.

El huérfano sobre el cadáver

I

Este tu cuerpo es, pues, ¡oh padre mío!

¡Padre! Ya no respondes. ¿Qué te has hecho?

¿Eres acaso el cuerpo inmóvil, frío,

que yace aquí sobre este aciago lecho?

 

¡Oh, no! que hablabas, y este cuerpo calla,

calla y nunca hablará: tu lengua muerta

fija, trabada al paladar se halla,

y la vida en tus ojos no despierta.

 

Al recibir mis últimos abrazos

ayer de amor tu corazón latía,

y me estrechaban con afán tus brazos,

y una lágrima en tu ojo se veía.

Y hora a tus ojos lágrimas no asoman,

y hora en tu pecho ni un latido siento,

y hora tus brazos yertos se desploman

cuando enlazarlos a mi cuello intento.

 

¡Oh! ya no volverán nunca a abrazarme!

¡Oh padre mío! de mi infancia amigo!

Nunca ya volverás a consolarme,

nunca a llorar ya volverás conmigo.

 

Y este cuerpo infeliz, manos de extraños

a hundirlo van en olvidado suelo:

y sobre él volverán sin fin los años,

y sobre él lucirá sin fin el cielo.

Imágenes:https://www.blogger.com/

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