Eva Vaz (Huelva, 1972)
Licenciada en
Filosofía, ha experimentado en los campos de la gimnasia rítmica, del teatro y
del periodismo, narradora y poeta.
Entre sus
obras, “Elegía a una sombra”, “Ahora que los monos se comen a las palomas”, “La
otra mujer”, “metástasis” y “Cuaderno de Isla y leña”.
Donde habita el olvido
La abuela se
fue muriendo
de olvido.
Se olvidó de
sobrevivir.
Y a su corazón
se le olvidó
seguir latiendo
después del
último latido.
A la abuela se
le fue olvidando
el significado
de las palabras
y hasta su
propia voz olvidó
de qué forma
salir.
Olvidó que eran
sus lágrimas
O cómo abrir sus ojos transparentes.
Se le olvidó el
dolor que duele
el dolor
o dar un paso
tras el último
paso dado.
Las cortezas de
su cerebro
se hicieron
blandas e inútiles.
Al principio,
cuando aún
se acordaba de
andar,
de cagarse
encima
o llorar,
la abuela nos
hacía mucho
daño sin
querer.
En las retinas
lo guardo todo.
Mi madre, su
hija, su madre,
murió antes que
ella.
Y nos dejó
huérfanos a todos.
Y a ella.
Pero mi madre,
se moría un poco,
cada vez que la
reñía
por beberse una
botella de lejía
o desnudarse en
la calle
como un bebé
vagabundo.
Y la abuela, la
que tanto miedo
le hizo en
vida,
y tanto añoro,
la de la vida
convulsa de hambres,
niños muertos,
e hijos
enfermos,
la de las
palizas del abuelo
que murió de un
calambre
por alcohólico,
fascista o pobre loco.
Se fue muriendo
en aquel sitio
al que nunca
tuve el valor de ir.
Y sé que la
abuela murió
de olvido
pero no
olvidada.
Que sus huesos
se plegaron
en posición
fetal
como un recién
nacido famélico
y listo para
morir.
Hasta que se le
olvidó de respirar
después de la
última respiración.
Y ese día todos
respiramos.
Para seguir
respirando…
Eva Vaz
Los amantes inadecuados
Mis amantes
nunca
fueron
hermosos.
Delgados, de
venas exclamantes,
esculpidos en
hueso,
dramáticos,
tiernamente trágicos
hasta la risa.
Mis amantes
eran difíciles
se resistían
salvajemente
para luego
entregarse,
resignados e
imposibles
con la soberbia
domesticada,
la cabeza baja
mirando mi
sexo,
destruidos por
el deseo.,
más poderoso
que el espíritu.
Tristes.
Ninguno me
dobló,
hasta que el
mismo demonio
abrió mis hojas
débiles
y entró
para no salir.
Me hizo
fanática
de su sexo,
me desvió la
lujuria
hacia el mismo
centro de su boca,
centró la
sorpresa
en sus pasos
arrastrados;
el placer, en
el sonido
de su voz
categórica
en la gravidez
de sus ojos.
Me acostumbró a
sus costumbres,
me creó la
necesidad de necesitarlo,
y por fin se
ofreció a suministrarme
la dosis de sí
mismo de la que
me hizo
depender.
Luego me
instaló
un tumor
benigno
en el útero.
Y ahora todo es
diferente,
todo es
diferente.
Y ya no estoy
sola.
Eva Vaz
La falda
Era una tela
naranja
con florecitas
verdes.
Se parecía
mucho al paño
de nuestra mesa
de camilla.
Un metro
cuadrado de tela:
hay que hacerle
una bastilla
pequeña
para meter el
elástico.
Yo le puse unas
bolitas de colores
y unas plumas
que te dije que
me había regalado
una de las palomas
que
saludamos
cuando abrimos las
persianas cada
mañana.
La que no se
comió el mono.
A las 13:30
estaba lista
la faldita
y mi proyecto y
el presupuesto,
y las
inyecciones para el dolor.
Pensé que era
larga
pero non estaba
muy segura.
Creces muy
rápido.
A ti te pareció
la falda de una
princesa
y la llevabas
así de linda.
Cuando te miré
por la ventana,
a las 16:30,
y cuando las
vi, comencé a
llorar.
Las demás niñas
llevaban
la misma tela.
Pero era un
vestido,
como el de una
reina.
Yo lloraba
mientras tú
jugabas con
los demás
niños.
Y aplaudías
cuando
te lo decía la
seño.
y cuando
aplaudías,
yo lloraba.
A las 20h. Yo
presentaba
mi libro
sin
presentador.
Y comencé a
llorar
ante el abuelo.
El abuelo no
merecía escuchar
este poema.
Ni tú merecías
llevar esa falda
tan larga.
Pero erais
felices
como “ciempiés”
mientras yo
seguía
llorando
mi perfección.
Me ha sobrado
un poco
de tela,
mi vida.
Te haré una
falda
preciosa
para el verano.
Eva Vaz
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