Luis Nieto (Sicuani, Cusco,
Perú, 1910 – Lima, 1997)
Crítico y poeta
de la generación de 1840, interesado por los temas de la justicia social y la
lucha de clases. Le gustaba ser llamado “El cholo Nieto”.
Entre sus
obras, “Los poemas perversos”, “Puños en alto”, “Poemas de barricada y de
combate” y “La canción herida”.
La noche y sus andrajos
Ya va a llegar
la noche con su pena,
con su fantasma
llovido sobre los ojos,
con su rosario
de caídas
y su bandurria
de aguas amargas.
Ya va a llegar
la noche con su aullido,
y nosotros lo
mismo,
lo mismo que la
primera vez, mirándonos
la cicatriz
aguda de los recuerdos,
palpando a
escondidas nuestra miseria,
contando y
volviendo a contar nuestras heridas.
Ya va a llegar
la noche y sus palabras.
Ya va a llegar
la noche y su amenaza.
Ya va a llegar
el infortunio con su noche.
Y tú, madre
-sombra dolida
que nos llegas al pecho-,
cada vez más
ausente con tus miradas,
cavilando
siempre ese destino negro
por donde va la
lágrima, por donde niña,
se te fue
también tu corazón con su madero encima.
Quisiéramos
esta vez comenzar de nuevo
aquella
historia derribada en la boca milagrosa de la abuela;
quisiéramos
escuchar cómo las rejas
van cayendo
como piedras, tan lentamente apenas
que dejan un
eco doloroso en la pisada.
Pero la abuela
ya no está.
Su voz anciana
Se apagó
calladita en un rincón como una vela.
Luis Nieto
Transitoria angustia
Estamos como la
primera vez
que llegamos al
mundo.
Estamos
coronados de llanto,
transidos de
suplicantes gestos,
llovidos de un
lado para otro
de calcinantes
torturas desplegadas.
Estamos como la
torrentera de infortunios
Que nace del
viejo corazón de las desdichas.
Digo al que
pasa: -Dame tu modo de ser
sin molestarte.
Dame tu paz, tu sosiego increíble,
ese modo
indiferente de mirar las desgracias.
Dame algo,
cualquier cosa
para este
invierno de mis palabras rotas.
Y el hombre
aquel mira
mi transeúnte
manera de mirarlo.
Y no hace caso.
Quién pudiera
dejar en el armario,
en una esquina,
junto al mendigo ciego,
o a la orilla
del miedo de ese perro que aúlla,
esta diaria
conducta que nos desvela
y nos deja un
amargo sabor de violentas cenizas.
No ser nada,
pero nada.
Ni siquiera la
huella olvidada de los senderos
ni la nostalgia
de los adioses huérfanos
ni el cadáver,
si quieren, de algún recuerdo muerto.
Nada. Ni
siquiera, lo digo de una vez:
ese engendro de
lágrima que se quedó sonámbula
en la cruz de
blasfemias de mis desgracias.
Luis Nieto
Amo las noches negras
Amo las noches
negras sin luna y sin estrellas,
amos esas
noches lúbricas con vino y con mujeres
donde se bebe
largo y se habla solamente
del placer que
florece en los viejos burdeles.
Amo esas noches
trágicas porque son las mejores.
Nunca falta en
el bar una lírica alondra,
algún músico
ciego con su perro bohemio
ni la chica
infeliz que acaricia y que roba.
En una noche de
esas, satánicas y ardientes,
se olvida uno
de todo: de miseria y de penas;
se bebe
ansiosamente, y por último, al alba,
se naufraga en
los brazos de cualquier Magdalena.
Son hermosas,
yo digo, esas noches sombrías.
Siempre hay una
María con dos ojos fatales,
un truhan
insolente, un tahúr sinvergüenza,
y también,
desde luego, la luz de unos puñales.
Cuando de
pronto empiezan a llorar las guitarras
amargo llanto
inunda las febriles miradas.
Para ahogar la
tristeza, las mujeres ya ebrias
piden más vino
y lanzan ruidosas carcajadas.
Son la mejores
noches que uno tiene en la vida.
Se ama, se ríe
y bebe; se canta y se blasfema;
se paga unas
monedas por un beso cualquiera,
se gusta el
vino negro de algún dolor que quema.
Nada más bello
entonces que decir unos versos.
Se callan las
guitarras. Cesa la risa loca.
Llega a todos
la espina del poema perverso
y al terminar
la estrofa se vacían las copas.
Y al volver la
alegría no falta una Margot
que ahoga sus
sollozos y permanece pálida…
Quizás qué de
recuerdos le trajeron los versos
que no puede
evitar le reviente una lágrima.
Por eso yo amo
la noche sin estrellas
con mis amigos
blasfemos y con mujeres ebrias,
con perros
vagabundos y unas tremendas ansias
de ahogar en
alcohol todas los horas negras.
Luis Nieto