Ana Inés Bonnin Armstrong
(Ponce, Puerto Rico, 1902)
Pintora,
música, dramaturga, ensayista y poeta.
Entre sus
premios, el “Juan Alcóver” y el “Ciudad de Palma”.
Entre sus
obras, “Luz de blanco”, “Fuga”, “Poema de las tres voces”, “La calle” y “Compañeros de ruta”.
Hombres descalzos
Grávida luz, me
hiere tu silencio;
quéjate, grita,
rompe la sangre
con un feroz escalofrío.
Será la muerte,
sí, pero no importa.
¡Morir hasta
que el mundo resucite!
Morir hasta que
sean en el mundo
los hombres
recorriéndolo descalzos:
¡La humanidad
por fin enriquecida!
Hombres
descalzos;
por su planta
desnuda, justos, buenos.
Hombres que al
ir andando en carne viva
sintieron el
dolor de cada hombre
latir en cada
piedra que rozaran;
sintieron cada
gota de rocío
temblar a cada
sed, a cada lágrima,
morir a cada
muerte, y gota a gota,
encadenando así
nuevos rocíos.
Hombres
descalzos;
por su planta
desnuda,
sobre la tierra
lentos y seguros,
como una
enredadera sorprendente,
como si Dios
sus águilas postrase,
y fueran en el
mundo las palomas.
Ana Inés Bonnín
Armstrong
¡Si yo no te pido tanto!
¡Si yo no te
pido tanto!
Amor es lo que
pido.
Briznas de amor
para esta sed del mundo,
tan grande y
tan sumisa.
Un diminuto
amor, pero constante,
que dé su mano
al que su mano tienda,
que limpie las
miradas y los ojos
llene de
dulcedumbre.
Algo de mor en
esos corazones
que no aman a
los niños,
que son capaces
de cegar un pájaro,
de aplastar las
hormigas.
Algo de amor,
apenas un murmullo
de amor en cada
pecho de criatura
hacia todos los
seres,
hacia todas las
cosas.
¡Si yo no pido
tanto!
Briznas de amor
para esta sed del mundo.
Ana Inés Bonnín
Armstrong
Tú venías
Tú venías.
Sobre un mar
infinito de lumbre venias soñando.
Y en tus ojos,
despierta, venía la flor en su nieve.
Tantos pájaros
eran contigo, que arpegios gozosos
imantaron la
seca llanura, ¡y todo fue vuelo!
Fue en el aire
canción de azucena tejiendo su encaje.
Fue una danza
de luz en espigas fervientes, despacio.
Fue clamor de
rocíos abiertos a grávidas lunas
que soñaban tu
aurora imposible, tan ansiado rescoldo.
Pude verte, sin
ti, junto al eco de aquella “fontana”,
tu “bendita
ilusión” abrazándote ya sin huida.
¡Pude verte!
¿Qué umbral te
retrajo de mí? ¡Qué desiertos
sobre el mundo
mis ojos, poetas! Y, oí tu lirada.
La escuché,
derrotando caminos, abriéndome cauces
donde ardía la
gota de agua, minúscula y firme,
donde todo, la
tierra y el cielo, mi nombre y tu mano,
era, ¡y eran!
Por ser con ternura de rosa y de nieve.
Uno a uno se
alzaron los nidos.
¡Uno a uno!
¡Qué mor en tus ojos, poeta, qué amor!
¡Cuántos
pájaros eran volándote!
Y venías.
Sobre un mar
infinito de lumbre venías soñando.
Ana Inés Bonnín
Armstrng
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