lunes, 21 de octubre de 2019


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Ana Inés Bonnin Armstrong (Ponce, Puerto Rico, 1902)


Pintora, música, dramaturga, ensayista y poeta.

Entre sus premios, el “Juan Alcóver” y el “Ciudad de Palma”.

Entre sus obras, “Luz de blanco”, “Fuga”, “Poema de las tres voces”,  “La calle” y “Compañeros de ruta”.


Hombres descalzos

Grávida luz, me hiere tu silencio;
quéjate, grita, rompe la sangre
con un  feroz escalofrío.
Será la muerte, sí, pero no importa.
¡Morir hasta que el mundo resucite!
Morir hasta que sean en el mundo
los hombres recorriéndolo descalzos:
¡La humanidad por fin enriquecida!

Hombres descalzos;
por su planta desnuda, justos, buenos.
Hombres que al ir andando en carne viva
sintieron el dolor de cada hombre
latir en cada piedra que rozaran;
sintieron cada gota de rocío
temblar a cada sed, a cada lágrima,
morir a cada muerte, y gota a gota,
encadenando así nuevos rocíos.

Hombres descalzos;
por su planta desnuda,

sobre la tierra lentos y seguros,
como una enredadera sorprendente,
como si Dios sus águilas postrase,
y fueran en el mundo las palomas.

Ana Inés Bonnín Armstrong

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¡Si yo no te pido tanto!

¡Si yo no te pido tanto!
Amor es lo que pido.
Briznas de amor para esta sed del mundo,
tan grande y tan sumisa.
Un diminuto amor, pero constante,
que dé su mano al que su mano tienda,
que limpie las miradas y los ojos
llene de dulcedumbre.
Algo de mor en esos corazones
que no aman a los niños,
que son capaces de cegar un pájaro,
de aplastar las hormigas.
Algo de amor, apenas un murmullo
de amor en cada pecho de criatura
hacia todos los seres,
hacia todas las cosas.

¡Si yo no pido tanto!
Briznas de amor para esta sed del mundo.

Ana Inés Bonnín Armstrong

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Tú venías

Tú venías.
Sobre un mar infinito de lumbre venias soñando.
Y en tus ojos, despierta, venía la flor en su nieve.
Tantos pájaros eran contigo, que arpegios gozosos
imantaron la seca llanura, ¡y todo fue vuelo!
Fue en el aire canción de azucena tejiendo su encaje.
Fue una danza de luz en espigas fervientes, despacio.
Fue clamor de rocíos abiertos a grávidas lunas
que soñaban tu aurora imposible, tan ansiado rescoldo.
Pude verte, sin ti, junto al eco de aquella “fontana”,
tu “bendita ilusión” abrazándote ya sin huida.
¡Pude verte!
¿Qué umbral te retrajo de mí? ¡Qué desiertos
sobre el mundo mis ojos, poetas! Y, oí tu lirada.
La escuché, derrotando caminos, abriéndome cauces
donde ardía la gota de agua, minúscula y firme,
donde todo, la tierra y el cielo, mi nombre y tu mano,
era, ¡y eran! Por ser con ternura de rosa y de nieve.
Uno a uno se alzaron los nidos.
¡Uno a uno! ¡Qué mor en tus ojos, poeta, qué amor!
¡Cuántos pájaros eran volándote!

Y venías.
Sobre un mar infinito de lumbre venías soñando.

Ana Inés Bonnín Armstrng

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