Manuel Vilas (Barbastro -Huesca-, 1962)
Escritor finalista del Premio Planeta del año 2019 por su novela ‘Alegría’. Entre sus obras: 'Los inmortales’, ‘Setecientos millones de rinocerontes’, ¡El rumor de las llamas’, El cielo’, ‘Resurrección’ y ‘El hundimiento’’.
Amor
Una
mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.
Fue
a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió
su coche, anuló su plan de pensiones,
se
lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.
Qué
bien, dijo, qué fuerte,
y
todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero
Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.
Y
luego se fue a ver enfermos,
a
ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.
Quería
ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía
esa gran ilusión.
Quería
ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería
ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.
Recorrió
la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En
Conde de Aranda, dio mil euros a tres árabes,
que
le besaron los pies, y la manos, y se arrodillaron.
En
el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio
trescientos euros a una negra africana,
y
ella quería comerle el sexo al buen Vilas.
Pero
Vilas dijo “no, nena, hoy soy un santo,
hoy
soy San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y
yo os bendigo: anda, nena, ve en paz”.
Y
Vilas se echó a reír.
Fuego,
qué fuego más grande,
y
siguió repartiendo, a una vieja china
de
un todo a cien le dio seiscientos euros,
y
la vieja le hizo una foto de seis millones de megapisels
y
la amplió y la enmarcó y la colgó
en
mitad de su tienda con dos velas debajo.
A
un vendedor de La Farola, ese periódico
de
los pobres, le dio ochocientos euros.
Y
el vendedor se echó a llorar y ardía
como
una vela en mitad de las catedrales antiguas.
Vilas
quería ser un santo, tenía esa marcha.
Toda
la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.
Miró
la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.
Estaba
enamorado de sus semejantes.
Nunca vimos a nadie tan enamorado.
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