viernes, 3 de febrero de 2023

Emilio Comas Paret (Caibarien, Cuba, 1942)

Pedagogo, profesor de historia  y poeta.

Entre sus obras, “Bajo el cuartel de proa”, “De Cabinda a Cunene”, “La agonía del pez volador”, “Contar los dedos” y “El dulce amargo de la desesperación.”

Otra vez la Habana

Madrugada de La Habana

pisar de pasos sin prisas

inimaginables risas

y el tañer de una campana.

Bajel que avanza sin gana

remontando la corriente

efluvios del aguardiente

bronco golpe del bongó

Habana de un guaguancó

novia sin el pretendiente.

 

Cómo cantarte mulata

inspiradora de cantos,

de cantores, de quebrantos

y amaneceres de plata.

Cuando mi voz se aquilata

para cantarte otra vez

siento, similar al pez

que se escapa de la naza

mi humilde canto en la plaza

como el bordado de un tres.

 

Al final en mi ilusión

me conformo con tan poco

que por vivirte estoy loco,

explota mi corazón.

Voy ausente, soy galeón

envuelto en llamas, brulote

convertido en papalote

por volar en tu cintura

y saborear la dulzura

de la costa desde un bote.

 

Quisiera que el sentimiento

se convirtiera en palabras

en música y que le abras

tu corazón a mi intento.

Quisiera que al fuerte viento

te refugiaras en mí

ser tu amante, un gran cemí

como el gran dios del dinero

y escribirte un buen bolero

antes de partir de aquí.

 

Y cuando en tu madrugada

mis amigos me despidan

entre risas que ya olvidan

y lágrimas de algún hada.

Cuando mi cuerpo sea nada

éste, mi poema será

el que te recordará

al alborear la mañana

cuanto te quise mi Habana

te espero en la eternidad.

El retablo del asombro

El mundo es el retablo del asombro.

Las gotas de sangre multiplican

en progresión geométrica.

Un hombre mira hacia el poniente.

¿Dónde está el rey de los judíos?

¿Dónde su carga de bienaventuranzas?

 

La sangre surge a chorros

de las cabezas cercenadas

brota en la reventazón de los oídos

de cráneos hechos trizas

por la explosión descomunal.

 

La decencia, el perdón y la misericordia

se tiñen con la sangre

despeñan presurosas su escapada

en un locuaz silencio.

 

Un hombre mira a donde nace el sol.

 

Al rey de los judíos

aún le duelen los clavos en las manos.

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