José Formaris (Bayamo, Cuba,
1827 – La Habana, 1890)
Licenciado en
leyes, Regidor de Ayuntamiento, Profesor, Ensayista y poeta. Muchos de sus
versos fueron musicalizados. Cantó a los sentimientos patrióticos de los
criollos y a la vida de los primeros
habitantes de la isla, prácticamente desaparecidos después de la colonización
española.
Entre sus
obras, “Cantos de siboney”
La Bayamesa
¿No recuerdas,
gentil bayamesa
que tú fuiste
mi sol refulgente,
y risueño en tu
lánguida frente
blando beso imprimí
con ardor?
¿No recuerdas
que en un tiempo dichoso
me extasié con
tu pura belleza,
y en tu seno
doblé mi cabeza
moribundo de
dicha y amor?
Ven, y asoma a
tu reja sonriendo;
ven, y escucha
amorosa mi canto;
ven no duermas,
acude a mi llanto;
pon alivio a mi
duro dolor.
Recordando las
glorias pasadas
disipemos, mi
bien, la tristeza;
y doblemos los
dos la cabeza
moribundos de
dicha y amor.
La serrana de Jiguani
En un sitio
pintoresco
en el rigor del
Estío,
a las orillas de
un río
una serrana encontré.
Llevaba un
cántaro al hombro
virgen tan
cándida y bella;
y bajo un cedro
con ella
oíd como
platiqué:
Yo
Aproxímate y responde:
¿Tú eres india?
¿Todavía,
ángel de la
selva umbría,
se esconde tu
raza aquí?
Ella
Aquí, señor,
esquivando
de los caribes
las sañas,
nos oculta en
sus entrañas
la sierra de
Jiguaní.
Yo
Refiere la
santa Biblia
que allá en
época lejana,
hubo, preciosa
serrana,
un diluvio
universal.
Bajo las aguas
inmensas
todos los
hombres lanzados,
cedieron
desesperados
a su destino
fatal.
Mas flotó
entonces un arca
resbalando de
ola en ola,
y con su
familia sola
salvóse un
patriarca allí.
Para ti, para
los tuyos,
ángel puro y
escogido,
arca salvadora
ha sido
la sierra de
Jiguaní.
Ella
Yo no sé de
esas historias,
mas es igual a
la nuestra:
es horrorosa,
es siniestra,
es toda una
maldición.
Por eso tu grato
acento
en mí tal eco
produce,
y es música que
seduce
mi afligido
corazón.
Yo
Escúchame. Yo
te adoro.
El fuego de tu
puerta
en mi corazón
destila
hirviente lava
de amor.
Esa vida que tú
llevas
sin ilusión ni
ventura,
simpatiza,
virgen pura,
con mi llanto y
mi dolor.
Ella
¡Amarte! ¡Nunca!
Mi mano
a ti no te pertenece;
ni tu queja me enternece,
ni debo pensar
en ti.
Nunca mi sangre
a la tuya
he de unir en
lazo odioso:
yo amo ya; será
mí esposo
un indio de
Jiguaní.
Pero sus ojos
brillaron
vivos,
rutilantes, bellos;
fijé la mirada
en ellos,
y enmudecimos
los dos.
La voz de la
simpatía
con sus dulces
vibraciones,
llevó nuestros
corazones
el uno del otro
en pos.
Tembló el aire
entre las hojas
del cedro y de
la macagua;
ella su cántaro
de agua
llenó triste, y
yo partí.
Seguí por
extrañas rutas,
y del alba a
los reflejos,
volví el
rostro, y miré al lejos
la sierra de
Jiguaní.
Imágenes:https://www.blogger.com/