viernes, 5 de enero de 2024

José Formaris (Bayamo, Cuba, 1827 – La Habana, 1890)

Licenciado en leyes, Regidor de Ayuntamiento, Profesor, Ensayista y poeta. Muchos de sus versos fueron musicalizados. Cantó a los sentimientos patrióticos de los criollos  y a la vida de los primeros habitantes de la isla, prácticamente desaparecidos después de la colonización española.

Entre sus obras, “Cantos de siboney”

La Bayamesa

¿No recuerdas, gentil bayamesa

que tú fuiste mi sol refulgente,

y risueño en tu lánguida frente

blando beso imprimí con ardor?

¿No recuerdas que en un tiempo dichoso

me extasié con tu pura belleza,

y en tu seno doblé mi cabeza

moribundo de dicha y amor?

Ven, y asoma a tu reja sonriendo;

ven, y escucha amorosa mi canto;

ven no duermas, acude a mi llanto;

pon alivio a mi duro dolor.

Recordando las glorias pasadas

disipemos, mi bien, la tristeza;

y doblemos los dos la cabeza

moribundos de dicha y amor.

La serrana de Jiguani

En un sitio pintoresco

en el rigor del Estío,

a las orillas de un río

una serrana encontré.

Llevaba un cántaro al hombro

virgen tan cándida y bella;

y bajo un cedro con ella

oíd como platiqué:

 

Yo

 

Aproxímate y responde:

¿Tú eres india? ¿Todavía,

ángel de la selva umbría,

se esconde tu raza aquí?

 

Ella

 

Aquí, señor, esquivando

de los caribes las sañas,

nos oculta en sus entrañas

la sierra de Jiguaní.

 

Yo

 

Refiere la santa Biblia

que allá en época lejana,

hubo, preciosa serrana,

un diluvio universal.

Bajo las aguas inmensas

todos los hombres lanzados,

cedieron desesperados

a su destino fatal.

 

Mas flotó entonces un arca

resbalando de ola en ola,

y con su familia sola

salvóse un patriarca allí.

Para ti, para los tuyos,

ángel puro y escogido,

arca salvadora ha sido

la sierra de Jiguaní.

 

Ella

 

Yo no sé de esas historias,

mas es igual a la nuestra:

es horrorosa, es siniestra,

es toda una maldición.

Por eso tu grato acento

en mí tal eco produce,

y es música que seduce

mi afligido corazón.

 

Yo

 

Escúchame. Yo te adoro.

El fuego de tu puerta

en mi corazón destila

hirviente lava de amor.

Esa vida que tú llevas

sin ilusión ni ventura,

simpatiza, virgen pura,

con mi llanto y mi dolor.

 

Ella

 

¡Amarte! ¡Nunca! Mi mano

a ti no te pertenece;

ni tu queja me enternece,

ni debo pensar en ti.

Nunca mi sangre a la tuya

he de unir en lazo odioso:

yo amo ya; será mí esposo

un indio de Jiguaní.

 

Pero sus ojos brillaron

vivos, rutilantes, bellos;

fijé la mirada en ellos,

y enmudecimos los dos.

La voz de la simpatía

con sus dulces vibraciones,

llevó nuestros corazones

el uno del otro en pos.

 

Tembló el aire entre las hojas

del cedro y de la macagua;

ella su cántaro de agua

llenó triste, y yo partí.

Seguí por extrañas rutas,

y del alba a los reflejos,

volví el rostro, y miré al lejos

la sierra de Jiguaní.

 Imágenes:https://www.blogger.com/

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