Alberto Chimal (Toluca, México, 1970)
Ingeniero de
Sistemas Computacionales, maestro en Literatura Comparada, profesor y escritor.
Ganador entre
otros, del premio Becarios y del Premio Nacional del Cuento.
Destaca sobre
todo como cuentista, uniendo magistralmente el mundo mítico con el real.
Entre sus
obras, “El rey bajo el árbol florido”, “El ejército de la Luna”, “El país de
los hablistas” y “El secreto de Gorco” (teatro).
Madre Ballena y el Pescador
-Madre Ballena,
Madre Ballena, ¿a mi destino me llevas? -esto dijo el pescador. Lo había dicho
varias veces desde que la señora, gruesa y cana, con la que se encontrara en su
huida a la orilla del mar, habíase metamorfoseado en ballena gris y, con su voz
profunda, habíalo invitado a subir a su lomo, para cruzar el mar.
Y la Madre
Ballena, entre el retumbo de la espuma: -Que sí -le dijo-, y esto has de
recordar: cuando arribemos a donde arribaremos, y estés ante las doncellas que
se bañan en las olas mansas de esa playa nueva, debes acercarte no a la más
bonita, ni a la que adorne su cabello con las conchas marinas más blancas, sino
a la que tenga rostro feo y algas en pelo. No querrá hablarte, pero tú la harás
reír con ese canto chusco que ofendió al rey. Luego se casarán. Entonces ella
querrá que viajen al interior, y que trabajes la tierra, pero tú dirás que no,
y serás lo que eres, pescador de redes y de barca. Y siete hijos tendrán.
Entonces no al primero, no al segundo, no al tercero cuarto quinto sexto sino
al séptimo, el más pequeño, que nacerá con una pierna más corta que la otra, a
ése del que sus hermanos se burlarán y a ti te dará pena, le darás la piedra
negra que yo te he regalado, porque el día en que él cumpla siete años llegarán
los esbirros del rey, quien todavía creerá que lo ofendiste, a buscarte y hacerte
pagar. Ellos entrarán en tu choza y caerán sobre ti, y sobre tu mujer y tus
seis hijos primeros, y sólo el último logrará escapar, porque con su piernita
coja provocará la risa y la piedad de su verdugo. Y el verdugo lo dejará
esconderse, y él tendrá que esperar a que los esbirros quemen la casa, y
destruyan las redes de su padre y las cazuelas de su madre y los anzuelos de
todos sus hermanos, para salir de su escondite, llorar su pena, enterrar los
restos. Y tú para entonces ya le habrás dicho, recuerda, que en la hora de
mayor necesidad habrá de usar la piedra, ponerla contra su corazón y decir
"Madre Ballena, Madre Ballena, ¿me quitarás mi pena?". Y cuando él
arroje la piedra en la fosa por él excavada, yo acudiré, y con el agua mansa
del fondo del mar lavaré la muerte de los cuerpos enterrados y los haré
despertar, para que vivan aún muchos años de alegría. Y así tu séptimo hijo
será el más querido, y nadie volverá a reírse de su defecto, que salvó tantas
vidas.
»Pero ya vamos
llegando, ya se ve la costa. Prepárate y no olvides nada de lo que te he dicho,
oh pequeño mío, que la Madre Ballena es bondadosa y tu destino largo, y
dificultoso, pero feliz al fin.
Llegaron a la costa, bajó el pescador del lomo de la Madre Ballena, la oyó despedirse y la vio marcharse. Dio la espalda al mar, miró hacia un lado, y vio a una docena de muchachas que se bañaban muy cerca de él. Todas, salvo una, eran hermosas y tenían conchas marinas en su pelo. Y el pescador, de pronto, se sintió preso en las palabras de la Madre Ballena, que habían trazado su camino futuro. Y pensó en los seres que pueblan las historias, y que forzados por ellas van, sin poder opinar ni resistirse, a la vida y a la muerte. Y se sintió de pie en la palma de una mano inmensa, que lo tomaba y no lo soltaría sino en la última palabra.
Alberto Chimal
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