martes, 18 de febrero de 2014

Manuel Vilas

Filólogo, articulista, ensayista,  narrador y poeta, nacido en Barbastro en 1962. Algunas novelas suyas son “Magia” y “España”. Algunos de sus poemarios son “El cielo”, “Resurrección” y “Calor”. Entre sus premios cuenta con el “Gil de Biezma”.
Sus poemas son textos poéticos, con apariencia prosaica, pero se adivinan hermosos “brotes verdes”, como alguien acuñó e hizo fortuna, y “hay tela que cortar” como acostumbra a decir una amiga mía.
De notar es su particular visión de la vida a través de un cáustico sentido del humor.
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Historia de una camarera

Encima de la cama estoy, sin sueño, está amaneciendo en Cádiz, se oyen gaviotas trayendo el nuevo día, que yo no sé si viviré, porque tengo ganas de morir, y llaman a la puerta, y es el servicio de habitaciones, que me trae el desayuno delicioso: pruebo un poco de todo, y he salido desnudo a recibir mi bandeja, y una camarera veinteañera se ha ruborizado, es la playa y el mar, le he dicho con acento francés, fingiendo ser un turista, y ella iba tan guapa con su bata azul, y tan limpia y tan mona, y cómo se notaba lo bien que había dormido; ven, pasa, le he dicho, nséñame el color de tus bragas y te daré diez billetes, sólo quiero saber de qué color son y tal vez si están ya un poco viejas, cuánto te pagan en el hotel, enséñamela y luego te dejaré mi cartera y coges lo que te dé la gana.
Está bueno el café, el cruasán lleva miel y las frutas están maduras, y ella ha puesto una pierna sobre la silla y se ha subido la falda y no llevaba bragas, me ha enseñado su culo, su precioso culo de camarera y se ha reído un buen rato, y casi me ha apetecido tocarle el culo pero para qué hacerlo,
para qué acariciar una bestia salvaje como ésta que se esconde bajo la apariencia de una inocente camarera, con ver el capricho de su ausencia de bragas, su descaro virginal, su carne dulce y su muslo firme, el vello suave, ordenado, me basta y le he dado un cheque de cien billetes porque pensaba morirme esta mañana, pero la sorpresa de que mi camarera no llevase bragas, ni rojas ni negras ni blancas, me ha devuelto el interés por la vida, porque la vida es una inacabables fantasía. 
Me despido de ella y le digo lo que el espectro del padre de Hamlet a su hijo “recuérdame” y pongo voz grave y teatral, y ella me sonríe de nuevo, y se va contenta con su pequeña fortuna.
Y otra vez vuelvo a ser feliz, y dejo el café con leche y las tostadas y me pongo ginebra en el vaso del zumo de naranja, y ya hace calor, y miro el mar desde la terraza de mi habitación, y me afeito y me ducho, y paseo desnudo por la habitación, y bebo más, y me pongo un exquisito traje de verano, y salgo a la calle.

Manuel Vilas
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De amicitia

Ya no tengo amigos, los perdí o los engañé o me engañaron
y los eché de mis días que quedaron vacíos como estrellas en el cielo;
y poco me apena estar solo en las barras de los bares leyendo
los periódicos y mirando esos corros de adultos que hablan y ríen.
Fundamentalmente era falsa la amistad en cuanto a los altos cometidos
que se le suponen. Frente al amor, que éste sí lo tengo, la amistad
es cosa de hipócritas, de ociosos, de gente vulgar a quien gusta la retórica
y las histriónicas emociones, la gravedad fatua y el alarde febril.
Si no me crees, pon a prueba a tus amigos, que den la vida por ti,
dala tú por ellos sin pensarlo un instante, sin que asome en tus ojos
la mínima duda de que todo no sea una farsa y que tu amigo
es, finalmente, la cosa más odiosa de la creación.
La amistad es una cosa de las clases medias, de obreros, de destinos fáciles,
de opiniones comunadas por el miedo, también de escritores
y artistas, y del engañoso arte de pasar por el mundo
ayudado del codo ajeno cerrando los ojos a nuestra privada naturaleza.
El amor, en cambio, el sucio amor de los cómplices que se besan
y desnudos sufren en la alcoba, ése es de naturaleza divina y ése tengo.

Manuel Vilas
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El Estilo de nuestro tiempo

No creáis que el hombre que de su vida habla con cruel acento,
áspera palabra y enemigo gesto de sí mismo es un indeseable.
Este hombre, conocido luego, resulta adorable, simpático, generoso.
No diré entrañable, porque le repelen los títulos del populacho.
Son paradojas del estilo de nuestro tiempo, enigmas de la infelicidad
de los que no cabe asustarse sino leerlos con acerada sonrisa.
Dejad que acaricie a vuestros hijos aunque sus libros sean
los de un ingrato, un viejo inmaduro que ultraja lo sagrado de la vida.
No dejéis de nombrarle hijo predilecto de la villa en que nació:
Acudirá al acto, comerá con la mujer del alcalde y dirá amables palabras.
Años lleva este hombre en un cuarto sin luz, en una gran ciudad.
Entiende pocas cosas, no es feliz, y como un perro faldero
acepta la caricia de cualquiera, pero Dios, que creó su corazón
en noche desgraciada, le conduce, a través de las palabras,
al acto grandioso de juzgar las cosas y condenarlas en solitaria guerra.


Manuel Vilas

 

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