Horacio Quiroga (Salto,
Uruguay, 1878 – Buenos Aires, 1837)
Escritor, dramaturgo, cuentista
y poeta. Por la temática de sus cuentos, se le ha comparado con Edgar Allan
Poe.
Pasó por la grave experiencia
del suicidio de su primera mujer y de matar él mismo accidentalmente a su mejor
amigo. Cuando supo que padecía cáncer de próstata, tomó un vaso de cianuro y se
suicidó.
Entre sus obras, “Cuentos de la
selva”, “Cuentos de amor, locura y muerte”, “Historias de un amor turbio” y
“Los arrecifes de coral.”
Noche de amor
Noche de amor. Bajo la sombra
cómplice:
La ingenua tentación. En la arboleda
el motivo de vida va pecando
como un sueño de precoz
histeria.
Hay quemantes sudores en las
pieles:
Protestas en las curvas no
labradas
y en tu pupila audaz francas
ofertas.
La idealidad se tiñe de rubores
como un pálido lirio de
vergüenzas:
En los lechos abiertos y
manchados
se tiende la pasión. La noche
arquea
su gran complicidad sobre la
falta;
el lirio de tu sexo se doblega,
y señala tu carne temblorosa
el índice fatal de mis
torpezas.
¡Oh la sed de mis labios, cuyos
besos
recargan la intención que nos
rodea!
¡Oh el carmín de tus labios,
cuyo orgullo
palidece al fulgor de tus
caderas!
Dame tu cuerpo. Mi perdón de
macho
velará la extinción de tu
pureza,
como un fauno potente y
pensativo
sobre el derrumbe de una
estatua griega.
Horacio Quiroga
Tu agonía
La tarde se moría y en el viento
la seda de tu voz era un piano,
y la condescendencia de tu mano
era apenas un suave desaliento.
Y Tus dedos ungían un cristiano
perdón, en un sutil afilamiento;
la brisa suspiró, como en el cuento
de una melancolía de verano.
Con tu voz, en la verja de la quinta,
calló tu palidez de flor sucinta.
La tarde, ya muriendo, defluía
en tu sien un suavísimo violeta,
y sobre el lago de tu tersura quieta
los cisnes preludiaron tu agonía.
Horacio Quiroga
El juglar triste
La campana toca a muerto
en las largas avenidas
y las largas venidas
despiertan cosas de muertos.
En los manzanos del huerto
penden nucas de suicidas,
y hay sangre de las heridas
de un perro que huye del huerto.
En el pabellón desierto
están las violas dormidas
¡Las violas están dormidas
en el pabellón desierto!
Y las violas doloridas
en el pabellón desierto,
donde canta el desacierto
sus victorias más cumplidas,
abren mis viejas heridas,
como campanas de muerto,
las viejas violas dormidas
en el pabellón desierto.
Horacio Quiroga
Combate naval
Flamean en el aire los gallardetes
sobre el viento vacío de inflados
floques
y aúna el centelleo de sus estoques
la vanguardia marina de los cadetes.
Repercute en el pomo de los floretes
la arterial valentía con claros
choques,
y en el salón distante suenan los
toques
de un hipnótico dúo de clarinetes.
Y comienzan de pronto las desazones:
Más alto que el reflejo de los cañones
se extienden en la bruma los
catalejos;
y más alto que el humo del carbón de
hulla
alza el clarín su grito, y el bronce
aúlla
a la mancha de sangre que ve a lo
lejos.
Horacio Quiroga
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