sábado, 18 de febrero de 2012

Francisco de Quevedo (1580 - 1645)


Es más reconocido como prosista que como poeta. Sin embargo, es uno de los mejores poetas de la lengua castellana. Toda su producción emana pesimismo y desengaño, por lo que quizá sea el poeta más representativo del Barroco.
Sus sonetos son famosísimos.

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso linsojera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa;

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.

F. de Quevedo
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Si nos fiamos de Dámaso Alonso, este soneto de Quevedo “es  seguramente el mejor soneto de Quevedo y, probablemente, el mejor soneto de toda la literatura española”.
El Conceptismo propio de Quevedo dificulta una primera comprensión.
En el primer cuarteto habla de la muerte y merecen especial atención la antítesis del segundo verso y el hipérbaton del tercero y cuarto.
La adversativa “mas” del segundo cuarteto pretende oponer a la muerte el deseo de permanencia. Con la “ribera” alude al mito del río Leteo que separaba el mundo de los vivos del de los muertos. Otra antítesis adorna el tercer verso.
En el primer terceto la pasión del amor domina lo físico y el segundo terceto insiste en la superación de la muerte
En el último verso podemos encontrar toda la intención del poema. El autor se revela contra la idea no de sobrevivir a la muerte, ya que al menos el amor debería permanecer más allá.

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