domingo, 25 de octubre de 2020

Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970)

Dramaturgo, escritor y poeta. Es considerado como uno de los más grandes escritores japoneses de la posguerra. Su escritura es una denuncia y una rebelión contra la decadencia espiritual en que ve sumida la sociedad en la que vive. Homosexual, de ideas conservadoras y, fascinado desde joven por la idea de la muerte, se suicidó por medio del harakiri.

Entre sus obras, “Confesiones de una máscara”, la tetralogía “El mar de la fertilidad”, “Después del banquete” y “La escuela de la carne.”

Morir

Morir

en el viento

del suicida.

Morir combatiendo

la única muerte

de un guerrero.

Morir

por el filo del sable

de muerte ritual.

Morir

sabiendo que morir

no es más que mejorar

el instante último.

Morir de olvido

como morimos todos

finalmente, a los pies

de un tiempo criminal.

Morir de rosas

de crisantemos

de flores de ciruelo

atravesadas por un grito.

Morir del otro lado  

del mundo

donde haya un guerrero

bajo el sol.

Morir imperial

Sin pedir perdón

 Enfrentando al enemigo

y siendo muerto por él.

Morir

caudillo del cielo

solitario jefe

de un idioma.

Morir

con el sol en la frente

como mueren los nuestros.

Morir

de rodillas al sable

al símbolo divino

de los tiempos.

Morir

de caballos desbocados

de ideogramas en la frente

de seppuku, al amanecer.

Morir

del otro lado

 de las cosas.

Morir con honor

por el acero entrañable

decapitado por el camarada

más querido.

Morir de mar

de isla

de corceles antiguos

 de estampido

Morir

de sangre nueva

junto al escudo medieval

de los guerreros.

 Morir

y olvidarse de un mundo

sin honor.

Morir incomunicado

aislado por el ruido

que el enemigo tajo

para ayudarnos

a morir.

Morir con honor

como un samurái

como un poeta.

Yukio Mishima

Ícaro

¿Pertenezco yo, entonces, a los cielos?

¿Por qué, sino, deberían los cielos

fijarme con esta incesante mirada azul,

tentándonos, a mí a mi mente, más alto

aún más alto, arriba de los cielos,

atrayéndome incesantemente hacia arriba

a lo alto lejos, lejos, lejos de lo humano?

¿Por qué, si el equilibrio ha sido

estrictamente estudiado

y el vuelo calculado con lo mejor de la razón

 hasta que ningún elemento aberrante

debiera por derecho permanecer?

¿Por qué, aún, debiera la lujuria de la ascensión

parecer, en sí misma, cercana ala locura?

Nada hay que pueda satisfaceme;

las novedades terrenas se opacan demasiado rápido.

Me veo llevando más y más alto, más inestable,

más y más cerca de la refulgencia del sol.

¿Por qué me queman, estos rayos de razón,

por qué estos rayos de razón me destruyen?

Los pueblos allá abajo y lo serpenteantes arroyos

se tornan tolerables mientras nuestra distancia crece.

¿Por qué alegan, aprueban, y me tientan

con la promesa de que puedo amar lo humano

si sólo se ve, esto, de lejos,

aunque la meta nunca podría ser el amor,

ni, si lo hubiese sido, podría yo nunca

haber pertenecido a los cielos?

No he envidiado a los pájaros su libertad

ni he sentido  nostalgia por la paz de la Naturaleza,

impulsado por nada salvo este ansia extraña

de lo más elevado, y lo más cercano, para sugerirme

en el azul profundo del cielo, tan contrario

a todas las dichas orgánicas, tan lejano

de los placeres de la superioridad

pero más alto, más alto,

deslumbrado, quizá, por la mareada incandescencia

de las alas enceradas.

¿O acaso entonces

 

pertenezco, después de todo, a la tierra? 

¿Por qué, sino, debería la tierra

mostrar tal ligereza para circundar mi caída?

Sin ofrecer ningún espacio para pensar o sentir,

por qué entonces la blanda, indolente tierra

me recibió con el impacto de su plato de acero?

¿Acaso la blanda tierra se volvió acero

sólo para mostrarme mi propia blandura;

que la Naturaleza trajera el hogar a mí;

que caer, no volar, está en el orden de las cosas,

más natural por lejos que aquella imponderable pasión?

¿Es el azul del cielo, entonces, un sueño?

¿Fue diseñado por la tierra, a la que yo pertenecía,

en relación a la fugaz, blanco-quemante intoxicación

conseguida por un momento por las alas enceradas?

¿Y favorecieron los cielos el plan para castigarme?

Para castigarme por no creer en mí mismo

o por creer demasiado;

demasiado anhelante de saber dónde residía mi lealtad

o vanamente asumiendo que ya lo sabía todo

por querer partir volando a lo desconocido o a lo conocido:

¿Ambos el mismo azul pedacito de una idea?

 

Yukio Mishima

Imágenes:https://www.google.com/

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